La mayor de Las Antillas, beneficiada con una ubicación estratégica en el Caribe y a la entrada del Golfo de México, combina la existencia de innumerables tesoros submarinos con la historia que encierran las calles de su principal núcleo urbano.
El buceo, verdadero complemento de la industria del ocio, tiene a su disposición más de 70 mil kilómetros de la plataforma insular cubana, con unos cinco mil kilómetros de costas, bañadas a su vez por el Océano Atlántico y el Mar Caribe.
Cerca de seis mil 500 variedades de peces, crustáceos, esponjas y moluscos, acompañados de numerosas especies de corales, convierten a la isla en uno de los ecosistemas submarinos mejor conservados de la región.
Tres decenas de centros especializados en buceo operan en todo el territorio del país caribeño, con facilidades para cursos de iniciación e inmersiones en barreras coralinas y cavernas, todo ello bajo los parámetros exigidos a nivel internacional en esa actividad.
El inmersionismo cuenta además a su favor una temperatura promedio del agua superior a los 24 grados, unido a una visibilidad horizontal que en muchas ocasiones se coloca por encima de los 30 metros.
Mientras, en la capital cubana – principal destino turístico de la isla – la riqueza arquitectónica de su centro histórico trae a nuestros días elementos de la historia de la época colonial vinculada con su surgimiento.
La urbe ocupa desde 1519 su actual y definitivo emplazamiento, respaldada por espacios únicos y construcciones que llegaron hasta la época contemporánea.
Museos especializados, galerías de arte, teatros, centros comerciales, hoteles y hostales se dan la mano en la ciudad, favorecida además por la diversidad arquitectónica acumulada durante casi cinco siglos.
Un verdadero abanico de estilos le otorgan un enorme valor patrimonial, al mezclar construcciones que incluyen elementos del barroco, neogótico, neoclasicismo, eclecticismo, art noveau y el movimiento moderno.
El desarrollo de la llamada antiguamente Habana Intramuros llevó a la realización de extensos proyectos constructivos, uno de los cuales terminó en el surgimiento de la Alameda de Paula, el paseo más antiguo de la capital de la isla.
El nombre de la Alameda procede de su proximidad con el antiguo hospital de San Francisco de Paula, cuyas obras comenzaron en 1664 junto a una iglesia aledaña, que con el paso del tiempo fue también bautizada con la misma denominación.
El núcleo primario de la capital cubana conserva una verdadera colección de castillos, fortalezas e inmuebles de alto valor patrimonial, edificados en torno a un sistema de plazas, mezcladas con monasterios y templos.
Esos espacios abiertos marcaron el entramado de la llamada ciudad intramuros, con especial destaque para las plazas de Armas, de la Catedral, la llamada Vieja, del Cristo y la de San Francisco.
La primera de ellas está considerada el corazón de la antigua ciudad, pues a partir de la misma comenzó la expansión de la entonces villa de San Cristóbal de La Habana.
Su ubicación se vincula con la tradición del primer cabildo celebrado el 16 de noviembre bajo una frondosa ceiba, muy cerca del litoral, para dar los primeros pasos en la creación de la actual capital de la isla.
Precisamente frente a aquel árbol, renovado por varias generaciones de habaneros, se delimitó la primera plaza de la villa, que recibió el nombre definitivo a partir de 1584 al ser utilizado su espacio para ejercicios militares.
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