La villa de la Santísima Trinidad, entre los primeros asentamientos establecidos por los españoles en el archipiélago cubano, constituye un verdadero tesoro de cultura e historia, con numerosos valores patrimoniales en perfecto estado de conservación.
La expansión de la llamada industria del ocio en la isla también llegó a la mencionada ciudad, ubicada en el centro del país, hasta convertirla en sitio de obligada estancia para los miles de visitantes que acuden cada año a Cuba, ávidos de conocer el pasado de la mayor de Las Antillas.
Fundada hacia el 1514 por el Adelantado Diego Velázquez, encierra en su perímetro uno de los conjuntos arquitectónicos coloniales en mejor estado de conservación en todo el continente americano, válido para otorgarle la condición de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.
Según especialistas, en el centro histórico de Trinidad se aprecia una verdadera mezcla de estilos constructivos de los siglos XVIII, XIX e inicios del XX, con calles empedradas y estrechas flanqueadas por inmuebles con trabajos de maderas preciosas, complicadas obras en hierro y paredes decoradas.
En la Plaza Mayor, eje central de la antigua villa, se localiza una estatua de Terpsícore -musa de la danza y la música-, acompañada de la singular belleza de la iglesia de la Santísima Trinidad, fiel guardián de valiosas piezas del tesoro religioso de la isla.
Entre ellas se incluyen el Cristo de la Vera Cruz, unido a un altar de mármol dedicado al culto de la Virgen de la Misericordia, único de su género en el país.
Las plazas de Santa Ana y de las Tres Cruces, el Campanario de San Francisco y numerosos palacetes aportan un toque de belleza única a la ciudad, la cual dedica cada año enormes esfuerzos a la conservación de las edificaciones centenarias que en ella se localizan.
Entre los inmuebles de mayor relevancia esta el Palacio del Conde Brunet, actual sede del Museo Romántico, y cuyo primer propietario estuvo también vinculado con la construcción de un teatro que llevó su nombre y la puesta en marcha de un ferrocarril entre la urbe y el puerto de Casilda.
En las 14 salas del museo se exponen piezas de artes decorativas, entre ellas porcelanas y cristalería, ricas en pinturas policromadas y líneas doradas, muchas de ellas encargadas directamente a fábricas europeas de la época.
Entre los inmuebles de mayor importancia también esta el palacio de Cantero, con tres pisos y un mirador, mientras el de Borrell atribuye su fama vinculada a los cuadros pintados en sus paredes.
Las turbulencias de siglos anteriores, con una fuerte presencia de piratas en los mares alrededor de la isla, también dejaron sus huellas en la ciudad, pues según los especialistas, sus calles contaban con curvas en todas las esquinas para enfrentar posibles ataques.
Fortalezas como la de San Pedro y Boca del Guaurabo se erigieron además para la defensa de los accesos a la centenaria villa, convertida en un atractivo único con destino a los amantes de la cultura y la historia.
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